El paradigma del trabajo está cambiando frente a nuestros ojos, impulsado por avances en automatización, inteligencia artificial (IA) y tecnologías de la información (TI). Esto es tan cercano, que nos cuesta trabajo darnos cuenta de lo grande de sus dimensiones.
Los cambios que estamos presenciando son profundos y, en mi opinión, debemos analizar lo que viene con una mentalidad abierta, pero también realista. Para ello, resulta muy tentador plantear modelos de escenarios que nos permitan navegar entre las múltiples incertidumbres que se nos están presentando.
Primero, imaginemos un mundo donde la automatización y la IA complementan el trabajo humano en lugar de reemplazarlo por completo. En este caso, las tecnologías nos liberarían de tareas tediosas y peligrosas. Los robots en las fábricas se harían cargo de los trabajos físicamente demandantes y repetitivos, mientras que los humanos se centrarían en roles más creativos, estratégicos y relacionados con la toma de decisiones.
En este mundo, la capacitación es accesible para todos, y los trabajadores adquieren nuevas habilidades en programación, análisis de datos y supervisión de sistemas automatizados. En este escenario, la IA no solo predice fallos en los sistemas, sino que también optimiza la producción en tiempo real, lo que permite a los empleados enfocar sus esfuerzos en innovar y mejorar la calidad de los productos.
En este futuro ideal, también los expertos suponen jornadas laborales reducidas. Al disminuir la necesidad de mano de obra intensiva y repetitiva, las empresas podrían optar por compartir los beneficios de la productividad con sus empleados, permitiendo más tiempo libre sin pérdida de salario. Países como Suecia ya están experimentando con semanas laborales de cuatro días, lo que podría ser la norma en un futuro en que la automatización haga gran parte del trabajo pesado.
Sin embargo, este escenario optimista depende de un factor crítico: la educación y la reconversión profesional. La mala noticia es que no todos los trabajadores tienen acceso a formación técnica avanzada, y ahí es donde los gobiernos y las empresas deberían intervenir. Una redistribución masiva de recursos hacia la educación técnica sería esencial para garantizar que nadie quede atrás.
Programas de capacitación gratuitos o subvencionados, combinados con esfuerzos de las empresas por formar a sus empleados, podrían garantizar una transición suave hacia este nuevo mundo automatizado.
Seamos menos optimistas
Ahora, cambiemos de enfoque hacia un escenario intermedio, donde la transición hacia la automatización y la IA ocurre, pero no de manera igualitaria. En este escenario, las industrias más grandes, con recursos para invertir en tecnología, automatizan gran parte de sus operaciones, mientras que las pequeñas y medianas empresas luchan por mantenerse al día.
Aquí, la automatización crea una brecha entre aquellos que pueden adaptarse y aquellos que no. Este mundo plantea serios desafíos. Los trabajos operativos y administrativos desaparecerían a un ritmo alarmante, y solo los trabajadores con habilidades técnicas avanzadas encontrarían nuevas oportunidades.
En este escenario, los gobiernos estarían obligados a intervenir con medidas como el ingreso básico universal, ya que una gran parte de la población simplemente no tendría acceso a empleos bien remunerados.
Empieza a sonar preocupante, pues el reto sería mantener el tejido social intacto mientras las oportunidades se concentran en sectores altamente tecnológicos. La clase media, especialmente la que depende de empleos de oficina, podría verse gravemente afectada.
Algunos expertos en el tema como Erik Brynjolfsson y David Autor ya alertan de la posibilidad de que esta brecha tecnológica deje a un número considerable de personas sin trabajo, lo que llevaría a problemas de desigualdad social.
Este escenario intermedio también destaca la importancia de políticas públicas proactivas. Si los gobiernos no implementan reformas laborales y educativas que favorezcan la adaptación, la fuerza laboral se dividirá en dos: aquellos con habilidades técnicas avanzadas y aquellos que se quedan atrás.
Las ciudades tecnológicamente avanzadas prosperarían, mientras que las áreas rurales o menos desarrolladas sufrirán. Los expertos señalan que esta división puede ser irreversible si no se actúa a tiempo.
Para los amantes de las catástofres
Finalmente, hablemos del futuro distópico, el peor de los casos. En este escenario, la automatización y la IA reemplazan a la mayoría de los trabajadores humanos, y la reconversión laboral no se produce de manera efectiva. Las empresas utilizan tecnologías como la robótica, la sensorización avanzada y las plataformas de información para operar sin intervención humana en prácticamente todas las áreas, desde la fabricación hasta el análisis financiero.
En este mundo, solo una pequeña élite tecnológica controla el capital y las oportunidades de empleo.
Imaginemos que los trabajadores operativos, una vez el núcleo de la industria, son reemplazados por máquinas que funcionan 24/7 sin fatiga ni error. Pensemos en Amazon, que recientemente anunció el despido de 14,000 empleados a nivel gerencial, lo que le representaría un ahorro de 3 mil millones de dólares en 2025. La apuesta, según Amazon, es la reducción de la burocracia, porque éste es en sí mismo un término peyorativo, pero detrás de esto se esconde el incremento de eficiencia con el empleo de tecnología.
En el sector servicios, la inteligencia artificial ya está asumiendo tareas como la atención al cliente, la contabilidad y hasta diagnósticos médicos. Este escenario podría generar una grave crisis económica y social. Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, en su famoso estudio sobre el impacto de la automatización, advierten sobre la posibilidad de que el 47% de los empleos actuales desaparezcan en las próximas décadas. Aunque posteriormente se fue disminuyendo la certeza de sus datos, sin duda vale tomarlo en cuenta para este ejercicio de construcción de escenarios.
En este contexto, se requerirían cambios radicales para evitar el colapso del sistema económico tal como lo conocemos. La desigualdad alcanzaría niveles sin precedentes, y los gobiernos se verían obligados a implementar reformas drásticas, como la creación de programas de trabajo garantizado o la introducción de un impuesto a la automatización para redistribuir los beneficios del avance tecnológico.
No hay duda que lo que ocurra con el futuro de la automatización y el uso de TI y la IA en el campo laboral está aún lleno de incertidumbres y dependerá de las decisiones que tomemos hoy, en términos técnicos, culturales, económicos e incluso legales. Podemos aspirar a un mundo donde la tecnología trabaje a nuestro favor, o podríamos enfrentarnos a una realidad mucho más dura.
La clave, insisto como lo he hecho en otros artículos, está en la educación, la adaptación y las políticas públicas. Si logramos manejar esta transición con inteligencia y responsabilidad social, el futuro del trabajo podría ser mucho más brillante de lo que parece.