En mis más recientes publicaciones he estado comentando sobre los mitos que se han creado en torno a la Inteligencia Artificial (IA), la cual ha generado grandes expectativas, pero también mucha especulación sobre sus capacidades y sobre la idea de que ésta reemplazará al ser humano en el campo laboral o incluso (como si se tratara de una película distópica de los 80s,) acabará con la humanidad.
Pero más allá de pelear con robots, yo me quisiera enfocar en la verdadera capacidad que la IA tiene o puede tener para tomar decisiones con base en juicios de valor o si solo puede ceñirse a los parámetros con los cuales fue diseñada.
Es cierto que la IA tiene la capacidad de procesar enormes volúmenes de información y emplearlos para ejecutar programas de análisis de datos para identificar patrones y “tomar ciertas decisiones” a partir de ello; dicho de otra manera, a partir de la determinación desviaciones estadísticas.
No obstante, mi parecer es que esta tecnología aún está lejos de comprender completamente ciertos contextos esenciales para tomar decisiones informadas como lo haría una persona. La IA se basa en algoritmos diseñados por personas, los cuales están sujetos a ciertas “limitaciones” de quienes los crean. Esto significa que la IA toma decisiones basadas en sus propios algoritmos, lo que le resta capacidad para considerar aspectos emocionales o éticos en su proceso de decisiones.
En una entrevista para la publicación Business Insider, el ajedrecista ruso Garry Kasparov (quien enfrentó a la computadora Big Blue de IBM en algunas partidas de ajedrez) comentó que en la IA se trata de establecer reglas y operar dentro de un perímetro establecido. Para las máquinas, conocer el objetivo final y trabajar dentro de esos límites es suficiente para alcanzar niveles que no son alcanzables para los humanos, pero en términos emocionales (como estrés o movimientos en el tablero como un mero acto de intimidación) simplemente no funciona.
Esta capacidad de operar dentro de un perímetro establecido no significa que la IA sea más objetiva que las personas en un proceso de toma de decisiones, pues le falta esa comprensión contextual profunda y la capacidad empática que un ser humano “naturalmente” sí tiene.
También cabe considerar que los datos empleados para entrenar y alimentar los sistemas de IA seguramente contienen sesgos y prejuicios inherentes de sus creadores. Aunque parezca improbable, los programas de IA pueden contener información con carga racial, de género, o aspectos sociales determinados por quien programa; así como aspectos delimitados por un campo de conocimiento específico. Por lo tanto, efectivamente, podrían replicar o amplificar situaciones discriminatorias o injustas.
Dicho lo anterior, afirmar que la IA tomará decisiones más objetivas y mejores que los seres humanos es claramente otro mito más de la Inteligencia Artificial. No se me ocurre que pueda existir un programa de IA que resuelva problemas políticos y relacionados con la dinámica social, ni mucho menos aspectos de cultura laboral en una organización.
Por ahora, es importante tomar en cuenta que la IA no tiene la capacidad inherente para discernir entre valore éticos y culturales, por lo que sería ideal que los desarrolladores y los programadores fueran conscientes de sus propios sesgos y trabajaran para mitigarlos en la medida de los posible, pero por otro lado me resulta claro que eso no exactamente es posible pues ¿cómo puedes darte cuenta, tú mismo, de tus propios prejuicios? Suena paradójico.
Los dilemas de la objetividad y los valores en la IA son complejos y desafiantes. Los valores y la cultura de quienes programan seguirán influyendo en las decisiones tomadas y, por lo tanto, en los resultados obtenidos. En resumen, no corramos a ningún bunker, la IA no reemplazará aún a las personas, ni acabará con la humanidad y ni siquiera emitirá juicios completamente objetivos que nos quiten de tomar decisiones. Pero lo que sí puede hacer es mantener su carácter de herramienta y facilitador que acelere y haga más precisas muchas de las tareas que hoy en día desarrollamos cotidianamente.