#ÓscarDíezMartín

En verdad, ¿estamos brindando la educación que necesitan las nuevas generaciones?

En ocasiones anteriores he compartido ideas sobre la importancia de la educación para el desarrollo de la sociedad y el crecimiento empresarial. Sin embargo, reconozco que esa visión ha sido técnica, centrada en aspectos de mercado, negocios y en las necesidades propias de las empresas, o por decirlo de otra manera, en función de los capitales. Esta perspectiva, aunque válida, puede limitarse a una visión utilitaria de la educación, orientada casi exclusivamente hacia la producción y la economía.

Hoy quiero hacer una reflexión diferente, recuperar la esencia original de la formación y la educación de nuestros jóvenes.

En sus inicios, la Universidad no era un centro de entrenamiento laboral, sino un espacio universal de conocimiento y exploración del saber, un lugar para fomentar el desarrollo del ser humano en su totalidad. En este sentido, mirar hacia un sistema educativo que equilibre los aspectos técnicos con los humanos podría abrir caminos hacia una sociedad más justa y una economía más sostenible.

Este pensamiento me lleva a recordar el Proceso de Bolonia, un acuerdo establecido en 1999 por ministros de educación de 29 países europeos. Su objetivo fue crear el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) para hacer compatibles y comparables los sistemas educativos en Europa, facilitando la movilidad académica y mejorando la empleabilidad. Hoy, con 48 países participantes, incluido Kazajistán, el Proceso de Bolonia sigue siendo un referente en la educación superior.

Aunque el acuerdo promueve un sistema educativo inclusivo y facilita el acceso a oportunidades laborales, su enfoque hacia la empleabilidad tiene sus críticos. Estos señalan que la priorización de las competencias laborales puede descuidar los estudios en ciencias humanas y sociales, que aportan al desarrollo de una conciencia social y ética en los futuros profesionales. En este contexto, la educación corre el riesgo de convertirse en un instrumento para satisfacer las necesidades de las corporaciones y sus metas económicas, en lugar de un medio para enriquecer a la sociedad.

Del éxito personal al bien común

El modelo de educación actual, orientado hacia el éxito profesional y empresarial, a menudo desvía la atención de una cuestión esencial: el propósito de las empresas y su impacto en la sociedad. Las iniciativas en sostenibilidad, aunque valiosas, muchas veces se interpretan como estrategias de imagen o de mercado, cuando en realidad deberían ser un compromiso genuino de las empresas hacia el desarrollo social y humano. Alinearse con la sostenibilidad implica mucho más que implementar prácticas «verdes»; significa adoptar una ética empresarial comprometida con el bienestar del entorno, tanto social como medioambiental.

La idea de una educación con propósito invita a reconsiderar la función de la empresa en la sociedad. No se trata simplemente de generar beneficios, sino de crear valor real y duradero. Aquí es donde el papel de las ciencias humanas y sociales se vuelve crucial: ofrecen una perspectiva que va más allá del balance económico y nos recuerda la responsabilidad que tenemos como empresarios y líderes tecnológicos de contribuir a un mundo mejor.

Este enfoque ético no debe confundirse con una postura política o ideológica. Aunque aspectos como la acumulación de capital y las luchas de clases han polarizado las opiniones en torno a los modelos económicos, lo que planteo no es una cuestión de capitalismo o socialismo. Más bien, abogo por una ética empresarial que busque el equilibrio entre el éxito financiero y el bienestar social, una perspectiva que se preocupa tanto por el crecimiento de las personas como por los resultados.

Educación con PROPÓSITO

Fomentar una cultura empresarial con propósito significa trabajar por un futuro en el que las empresas sean motores de cambio positivo, y no meros instrumentos de acumulación de riqueza. En este modelo, la educación juega un rol transformador, ya que forma a profesionales que no solo son competentes en sus áreas, sino que también entienden la importancia de su contribución al bien común. Esto no significa dejar de lado la tecnología o la innovación; al contrario, significa utilizarlas para resolver problemas actuales (y reales) y construir un mundo más equitativo.

El camino hacia una empresa con propósito requiere valentía y visión. Supone desafiar el statu quo y adoptar prácticas que, aunque puedan parecer menos rentables a corto plazo, generan un impacto profundo y duradero. Este cambio de enfoque comienza en la educación, formando a líderes con valores y principios sólidos que sepan equilibrar los objetivos empresariales con las necesidades de la sociedad.

Como empresarios y tecnólogos, tenemos el poder de influir en la dirección que toma el mundo. La sostenibilidad no es solo una moda; es una necesidad que, si se aborda desde la ética y el compromiso genuino, puede transformar nuestras empresas en verdaderos agentes de cambio. En un entorno cada vez más interconectado y consciente de los desafíos globales, no basta con ser rentables. Debemos ser responsables y conscientes de que nuestras decisiones afectan a personas, comunidades y al planeta.

¿Qué papel desempeñamos en esta gran red de interdependencias? ¿Qué legado queremos dejar? La educación y las empresas con propósito son la clave para construir un futuro donde el éxito no se mida solo en ganancias, sino en el impacto positivo que generamos. Este es el tipo de cambio que necesitamos: uno que empieza desde el aprendizaje, se extiende al ámbito corporativo y, finalmente, se refleja en un mundo más justo y sostenible.

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