En los recuerdos de mi niñez, en España, las ultramarinos tienen un lugar especial.
Sin un céntimo en la bolsa de mi pantaloncillo corto, solía entrar y salir alegre con una yema o un turrón, o con unos conguitos o unas petazetas. No estoy hablando de hurtos en mi edad temprana, sino de un sistema financiero tácito muy bien implementado en el que la esquina “sí fiaba”, dejando mi nombre en un registro escrito a lápiz en una libreta o un simple papel, con mi récord deficitario actualizado. Sencillo, pero impecable y efectivo. En algún momento, regresaría con una peseta para limpiar o reducir mi deuda y mantener mi nombre limpio y mi capacidad de endeudamiento abierta.
Hace poco tiempo, esas memorias volvieron. En una pequeña comunidad en México, hice una parada en una tiendita de abarrotes. Delante de mí, un hombre de alrededor de 50 años, en evidente ebriedad, se llevaba cervezas, botanas y cigarros. En lugar de pagar, dio su nombre al joven tendero que, en una computadora personal, lo localizó dentro de un programa sencillo de base de datos, anotó su cuenta y le sugirió que se fuera con cuidado. Entre tumbos y con las manos llenas, el hombre desapareció de mi vista.
No me contuve, y le pregunté al jovencito frente a la computadora cuántas personas estaban en su base de datos deudora. “No sé, pero yo creo que todo el pueblo”, salió su respuesta de entre una amplia sonrisa.
Salí de la tienda y que me quedé pensando: Las ultramarinos pasando de generación en generación, de país en país, de sistema en sistema. La tecnología, mimetizándose con la cultura.
Esto me ha hecho meditar que muchas veces, quienes nos dedicamos a las tecnologías de la información, cometemos el error de querer implementar sistemas en una cultura laboral ya existente, horadando sistemas que estaban implementados mucho antes de la llegada de una computadora o de un software.
Si bien, la tecnología es fundamental para mejorar sistemas imperfectos, o para crear eficiencias que sin ella no serían posibles, no es a la tecnología a la que necesariamente las personas o los procesos se tienen que ajustar, pues cuando sucede así, los cambios suelen ser muy violentos, costosos y, en ocasiones, inoperantes.
En sentido opuesto, cuando la tecnología se incrusta cuidadosamente en la cultura de la empresa, a tal grado que son las mismas personas las que asumen como propia y se adueñan de los cambios y los nuevos procesos, el éxito de su implementación y el logro de los resultados esperados es prácticamente ineludible.
Las ultramarinos pasando de generación en generación, de país en país, de sistema en sistema. Y en una tienda en México, todo se traduce en una lección de que son las personas los usuarios de esta herramienta que es la tecnología.