Recientemente, he estado escribiendo mucho sobre el valor estratégico que tiene la tecnología en el desarrollo social. Es un tema que me apasiona porque creo firmemente que la tecnología puede ser un catalizador para cambiar vidas. Uno de estos temas, que me dejan reflexivo a menudo, es la movilidad social.
Éste siempre está en el fondo de mi mente porque, aunque la tecnología puede abrir puertas, si no hay igualdad de oportunidades para todos, esas puertas seguirán cerradas para muchos. Y eso es lo que me inquieta; saber si realmente estamos creando un mundo donde todos tengan la posibilidad de mejorar su situación, o si solo estamos perpetuando las desigualdades de siempre.
La movilidad social es un tema crucial que, aunque a veces parece relegado en la agenda empresarial y política, tiene implicaciones profundas en la estabilidad y el desarrollo de las sociedades. Cuando hablamos de este concepto, nos referimos a la capacidad de las personas para moverse entre distintos estratos socioeconómicos a lo largo de su vida.
Es un indicador de equidad en las oportunidades y de la salud económica de un país. Pero, ¿estamos enfrentando una crisis mundial en términos de movilidad social?
El escenario real
La realidad es que la movilidad social ha sido un desafío en todo el mundo. Según el Índice de Movilidad Social Global 2020 del Foro Económico Mundial, países como Dinamarca y Noruega lideran en movilidad social, mientras que naciones en desarrollo como India y Sudáfrica están rezagadas. Esto no es coincidencia; la correlación entre altos niveles de igualdad y alta movilidad social es clara.
En el caso de México, nos encontramos con un escenario complicado. El coeficiente de Gini, una medida que evalúa la desigualdad de ingresos, se ha mantenido relativamente alto, situándose en 45.4 en 2020 según datos de la OCDE. Este coeficiente refleja la persistencia de una desigualdad estructural que limita la capacidad de los ciudadanos para mejorar su estatus socioeconómico.
Comparativamente, países como Canadá y Alemania han logrado mantener índices más bajos, con valores alrededor de 32.5 y 31.1 respectivamente, lo que indica una distribución de ingresos más equitativa y, en consecuencia, una mayor movilidad social. Por otro lado, Venezuela, un país en crisis, muestra un índice Gini de 44.8, lo cual refleja una situación similar a la de México, donde la desigualdad y la falta de oportunidades se retroalimentan.
Se necesita un cambio
En México, la movilidad social es extremadamente limitada. Un estudio del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) indica que 49 de cada 100 personas nacidas en los hogares más pobres del país no logran salir de esa condición durante su vida. Aún más preocupante es que 25 de esas 49 personas que logran ascender en la escala social todavía viven en pobreza, lo que subraya la dificultad de superar las barreras económicas.
La politóloga y académica mexicana Denise Dresser ha criticado duramente cómo el sistema político y económico de México ha contribuido a perpetuar esta falta de movilidad social. Según Dresser, la corrupción y las decisiones políticas que benefician a una élite son factores determinantes que perpetúan la pobreza endémica en el país. Esta pobreza endémica no es solo una condición de falta de recursos, sino un ciclo vicioso donde las oportunidades son mínimas para quienes más las necesitan.
Por otro lado, José Luis Calva, un reconocido economista, ha señalado que el modelo neoliberal adoptado en México ha exacerbado estas condiciones. En su análisis, Calva argumenta que al privilegiar el crecimiento económico sin una adecuada redistribución de ingresos, el modelo neoliberal ha perpetuado la pobreza, especialmente en las comunidades más vulnerables, donde el acceso a servicios básicos sigue siendo un problema estructural.
La tecnología abre caminos
Aquí es donde la informática puede jugar un papel transformador. Las Tecnologías de la Información (TI) tienen el potencial de derribar muchas de las barreras que impiden la movilidad social. En primer lugar, la educación en línea y las plataformas de aprendizaje digital pueden proporcionar acceso a formación y habilidades que antes estaban fuera del alcance de las comunidades más pobres. Iniciativas como Coursera y edX han democratizado el acceso a la educación de alta calidad, permitiendo que personas de cualquier origen puedan adquirir competencias que mejoren sus perspectivas laborales.
Además, la tecnología financiera (FinTech) está creando nuevas oportunidades para la inclusión financiera. En México, plataformas como Kueski y Konfío están brindando acceso a crédito a pequeñas empresas y emprendedores que, de otra manera, serían desatendidos por el sistema bancario tradicional. Esto no solo fomenta el emprendimiento, sino que también abre la puerta a nuevas oportunidades de generación de ingresos y crecimiento económico a nivel individual y comunitario.
Sin embargo, la tecnología por sí sola no es suficiente. Necesitamos políticas que fomenten un acceso equitativo a estas herramientas tecnológicas. Esto implica desde la inversión en infraestructura digital hasta la implementación de políticas que garanticen la neutralidad de la red y el acceso universal a internet.
¿Existe un lado bueno?
La desigualdad, en sí misma, no es necesariamente mala. De hecho, puede ser un motor de ambición y superación personal. Sin embargo, el verdadero problema surge cuando no existen oportunidades para que quienes están en la base de la pirámide social puedan aspirar a algo mejor. La movilidad social no solo es un ideal ético, sino una necesidad económica. Sociedades con alta movilidad social tienden a ser más dinámicas, innovadoras y, en última instancia, más estables.
Para el futuro de México, y del mundo, es fundamental que impulsemos un modelo económico y social que promueva la movilidad social. Esto no solo implica reducir la desigualdad, sino también crear un entorno donde todos, independientemente de su origen, tengan la oportunidad de competir y prosperar. La tecnología será un aliado crucial en este esfuerzo, pero debe ser accesible para todos. Solo así podremos construir un futuro donde la movilidad social sea la norma, y no la excepción.